Louise Noelle
El tema del nacionalismo y la identidad ha cobrado singular importancia en épocas recientes, pero su definición presenta aún diversos problemas. Se trata tanto de ideas como de sentimientos que se relacionan con la nación, que sin embargo no se expresan dentro del marco del acontecer político sino más bien de la cultura; tal vez se pueda contemplar como un sentido de pertenencia a una entidad específica, en contra de posturas universales o imperialistas, que hemos denominado globalismo.
De cierta manera busca establecer una expresión de identidad basada en diversos vínculos, históricos, étnicos, lingüísticos, culturales, geográficos y hasta económicos; por lo tanto se trata de un sentimiento, que por sus características se ofrece como dialéctico y cambiante, es producto de la modernidad e incide primordialmente en el ámbito cultural. El nacionalismo unifica internamente a los pueblos y los inclina a buscar una identidad, dotándolos de una exaltación por lo local que les permite enfrentarse con mayor eficacia a los núcleos de poder, en especial dentro del proceso de las expresiones artísticas.
Por otra parte es importante anotar que Latinoamérica, y México no es la excepción, ofrece sucesivamente épocas de apertura y otras de introspección,1 siendo estas últimas las que favorecen las búsquedas de identidad. Sin embargo, cabe agregar que ninguna de estas tendencias logra una supremacía en su momento, coexistiendo en diversas modalidades; por lo que la solución deberá encontrarse no en el triunfo de una de ellas, sino en su adecuada integración. En cuanto al momento actual, se puede señalar una inclinación hacia la exaltación de los sentimientos nacionales, como resultado de las diversas crisis de este fin de siglo y del crecimiento de la globalidad propiciado tanto por las tendencias económicas como por las comunicaciones y la cibernética.
Haciendo un poco de historia en el terreno de la arquitectura, es posible señalar a Jesús T. Acevedo como uno de los profetas de este movimiento. Dentro de los promotores encontramos a Federico Mariscal, quien proponía que las obras de arquitectura “...han de ser la fiel expresión de nuestra vida, de nuestras costumbres, y estar de acuerdo con nuestro paisaje, es decir con nuestro suelo y nuestro clima; sólo así... pueden llamarse obras de arte arquitectónico nacional”.2 Además, resulta adecuado señalar aquí algunos de los pensadores mexicanos que se preocuparon desde muy temprano por definir algunos de los conceptos relativos al nacionalismo y la identidad cultural, sobre las que los dos arquitectos antes mencionados basaron sus propuestas; entre otros destacan particularmente Manuel G. Revilla con El Arte en México y Manuel Gamio con Forjando Patria.3 También entre los principales abanderados en México cabe citar a Carlos Obregón Santacilia, con el Centro Escolar Benito Juárez, un conjunto de tipo monástico colonial, dentro de los lineamientos propuestos por José Vasconcelos, como secretario de Educación, además reconocidos arquitectos como Francisco J. Serrano y Juan Segura con una personal visión de esta tendencia.
Por otra parte, no se puede olvidar que durante ese mismo periodo, algunos arquitectos consideraron que el verdadero espíritu nacional se encontraba en el legado prehispánico. Es el caso de Manuel Amábilis, quien estudia en París y regresa a Mérida, su ciudad natal, para ejercer su profesión. Desde muy pronto se abocó a estudiar el arte precolombino, lo que atestiguan diversos escritos como Donde, de 1931, o su ponencia en las "Pláticas sobre arquitectura. 1933", organizadas por la Sociedad de Arquitectos Mexicanos.4 En estos queda demostrado su conocimiento cuando asevera: "Yo he tenido el defecto de estudiar a fondo nuestro arte antiguo, el único arte genuinamente mexicano; y adquirí la manía de predicar sus excelencias".
Sin embargo, estas corrientes que se inspiraban del pasado se enfrentaron al surgimiento de la arquitectura contemporánea, que el consenso sitúa en 1925 con la construcción de la Granja Sanitaria de Popotla, de José Villagrán García. No obstante es interesante recordar la inclinación que siempre tuvo por el del nacionalismo, ya que desde 1931 proponía “Comenzar a estudiar soluciones verdaderamente mexicanas a nuestros problemas mexicanos... que constituyan nuestra verdadera arquitectura nacional de hoy...”,5 siendo un tema que retomó en diversas ocasiones. En ese periodo se escucharon algunas voces que respondían a esta idea de identidad, como Enrique del Moral o Luis Barragán, quien alcanzó su éxito basado en el rechazo de la estética importada, por medio de la exaltación de lo local. Por su parte Alberto T. Arai basa su postura en la idea que la futura arquitectura mexicana, que debe imbuirse del pasado prehispánico.6
En cuanto al acontecer arquitectónico actual es preciso señalar la dualidad de su origen. Por una parte hay que tomar en cuenta la crisis social que coincidentemente se agudizó a nivel mundial a final de la década de los sesenta y por la otra las nuevas tendencias arquitectónicas. México respondió a esta situación con propuestas que buscaban adecuarse tanto a los requerimientos materiales de los nuevos proyectos como a las condiciones espirituales de un nuevo aliento nacional. En especial se debe destacar al regionalismo, frente a las demandas perentorias de nuevas soluciones arquitectónicas, buscando resolver el debate y el antagonismo entre la arquitectura impersonal y estandarizada, que se conoce como internacional, y aquella que busca en lo local las respuestas a los problemas específicos de economía, cultura y entorno, entre otros. De este modo es posible establecer un lazo de unión entre regionalismo e identidad.
En suma, se trata de un deseo generalizado por aportar nuevas propuestas que apoyan su creatividad en el examen de lo tradicional y lo propio. Se trata de búsquedas dentro del campo de la volumetría y la plástica, así como sobre la recuperación de algunos elementos constructivos. Es dentro de este sentido que debemos entender las actuales expresiones, no como una postura de aislamiento que niega los avances mundiales, sino como un deseo de aprovechar y salvaguardar lo propio al conjugarlo con el desarrollo y los aportes de otros sitios. Así, han ido surgiendo nuevas forma de expresión gracias a la creatividad que toma en cuenta tanto el apoyo de lo local como los beneficios del progreso internacional, dentro de una globalización innegable. El resultado es el de una arquitectura consciente que soluciona sus requerimientos de manera inteligente y honesta, apoyándose en la tradición y las condiciones particulares del sitio, sin negar la actualidad a nivel universal.
El tema del nacionalismo y la identidad ha cobrado singular importancia en épocas recientes, pero su definición presenta aún diversos problemas. Se trata tanto de ideas como de sentimientos que se relacionan con la nación, que sin embargo no se expresan dentro del marco del acontecer político sino más bien de la cultura; tal vez se pueda contemplar como un sentido de pertenencia a una entidad específica, en contra de posturas universales o imperialistas, que hemos denominado globalismo.
De cierta manera busca establecer una expresión de identidad basada en diversos vínculos, históricos, étnicos, lingüísticos, culturales, geográficos y hasta económicos; por lo tanto se trata de un sentimiento, que por sus características se ofrece como dialéctico y cambiante, es producto de la modernidad e incide primordialmente en el ámbito cultural. El nacionalismo unifica internamente a los pueblos y los inclina a buscar una identidad, dotándolos de una exaltación por lo local que les permite enfrentarse con mayor eficacia a los núcleos de poder, en especial dentro del proceso de las expresiones artísticas.
Por otra parte es importante anotar que Latinoamérica, y México no es la excepción, ofrece sucesivamente épocas de apertura y otras de introspección,1 siendo estas últimas las que favorecen las búsquedas de identidad. Sin embargo, cabe agregar que ninguna de estas tendencias logra una supremacía en su momento, coexistiendo en diversas modalidades; por lo que la solución deberá encontrarse no en el triunfo de una de ellas, sino en su adecuada integración. En cuanto al momento actual, se puede señalar una inclinación hacia la exaltación de los sentimientos nacionales, como resultado de las diversas crisis de este fin de siglo y del crecimiento de la globalidad propiciado tanto por las tendencias económicas como por las comunicaciones y la cibernética.
Haciendo un poco de historia en el terreno de la arquitectura, es posible señalar a Jesús T. Acevedo como uno de los profetas de este movimiento. Dentro de los promotores encontramos a Federico Mariscal, quien proponía que las obras de arquitectura “...han de ser la fiel expresión de nuestra vida, de nuestras costumbres, y estar de acuerdo con nuestro paisaje, es decir con nuestro suelo y nuestro clima; sólo así... pueden llamarse obras de arte arquitectónico nacional”.2 Además, resulta adecuado señalar aquí algunos de los pensadores mexicanos que se preocuparon desde muy temprano por definir algunos de los conceptos relativos al nacionalismo y la identidad cultural, sobre las que los dos arquitectos antes mencionados basaron sus propuestas; entre otros destacan particularmente Manuel G. Revilla con El Arte en México y Manuel Gamio con Forjando Patria.3 También entre los principales abanderados en México cabe citar a Carlos Obregón Santacilia, con el Centro Escolar Benito Juárez, un conjunto de tipo monástico colonial, dentro de los lineamientos propuestos por José Vasconcelos, como secretario de Educación, además reconocidos arquitectos como Francisco J. Serrano y Juan Segura con una personal visión de esta tendencia.
Por otra parte, no se puede olvidar que durante ese mismo periodo, algunos arquitectos consideraron que el verdadero espíritu nacional se encontraba en el legado prehispánico. Es el caso de Manuel Amábilis, quien estudia en París y regresa a Mérida, su ciudad natal, para ejercer su profesión. Desde muy pronto se abocó a estudiar el arte precolombino, lo que atestiguan diversos escritos como Donde, de 1931, o su ponencia en las "Pláticas sobre arquitectura. 1933", organizadas por la Sociedad de Arquitectos Mexicanos.4 En estos queda demostrado su conocimiento cuando asevera: "Yo he tenido el defecto de estudiar a fondo nuestro arte antiguo, el único arte genuinamente mexicano; y adquirí la manía de predicar sus excelencias".
Sin embargo, estas corrientes que se inspiraban del pasado se enfrentaron al surgimiento de la arquitectura contemporánea, que el consenso sitúa en 1925 con la construcción de la Granja Sanitaria de Popotla, de José Villagrán García. No obstante es interesante recordar la inclinación que siempre tuvo por el del nacionalismo, ya que desde 1931 proponía “Comenzar a estudiar soluciones verdaderamente mexicanas a nuestros problemas mexicanos... que constituyan nuestra verdadera arquitectura nacional de hoy...”,5 siendo un tema que retomó en diversas ocasiones. En ese periodo se escucharon algunas voces que respondían a esta idea de identidad, como Enrique del Moral o Luis Barragán, quien alcanzó su éxito basado en el rechazo de la estética importada, por medio de la exaltación de lo local. Por su parte Alberto T. Arai basa su postura en la idea que la futura arquitectura mexicana, que debe imbuirse del pasado prehispánico.6
En cuanto al acontecer arquitectónico actual es preciso señalar la dualidad de su origen. Por una parte hay que tomar en cuenta la crisis social que coincidentemente se agudizó a nivel mundial a final de la década de los sesenta y por la otra las nuevas tendencias arquitectónicas. México respondió a esta situación con propuestas que buscaban adecuarse tanto a los requerimientos materiales de los nuevos proyectos como a las condiciones espirituales de un nuevo aliento nacional. En especial se debe destacar al regionalismo, frente a las demandas perentorias de nuevas soluciones arquitectónicas, buscando resolver el debate y el antagonismo entre la arquitectura impersonal y estandarizada, que se conoce como internacional, y aquella que busca en lo local las respuestas a los problemas específicos de economía, cultura y entorno, entre otros. De este modo es posible establecer un lazo de unión entre regionalismo e identidad.
En suma, se trata de un deseo generalizado por aportar nuevas propuestas que apoyan su creatividad en el examen de lo tradicional y lo propio. Se trata de búsquedas dentro del campo de la volumetría y la plástica, así como sobre la recuperación de algunos elementos constructivos. Es dentro de este sentido que debemos entender las actuales expresiones, no como una postura de aislamiento que niega los avances mundiales, sino como un deseo de aprovechar y salvaguardar lo propio al conjugarlo con el desarrollo y los aportes de otros sitios. Así, han ido surgiendo nuevas forma de expresión gracias a la creatividad que toma en cuenta tanto el apoyo de lo local como los beneficios del progreso internacional, dentro de una globalización innegable. El resultado es el de una arquitectura consciente que soluciona sus requerimientos de manera inteligente y honesta, apoyándose en la tradición y las condiciones particulares del sitio, sin negar la actualidad a nivel universal.
1 Jorge Alberto Manrique, “El proceso de las artes”, Historia general de México, El Colegio de México, México, 1976, Pág. 1359.
2 Federico Mariscal, La patria y la arquitectura nacional, Stephan y Torres, México, 1915. Pág. 9.
3 Manuel G. Revilla, El arte en México, publicado originalmente en 1892, y Manuel Gamio, Forjando Patria, Editorial Porrúa, México, 1916.
4 Manuel Amábilis, Donde, estudio sobre arquitectura, publicado originalmente en 1931. Y Pláticas sobre arquitectura, SAM, México, 1933, y INBA, México, 2001.
5 José Villagrán García (1901-2001) Textos escogidos, INBA. México, 2001. Pág. XVII.
6 Alberto T. Arai, “Caminos para una arquitectura mexicana”, Espacios Nº9 y 11-12, México, 1952.
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